lunes, 14 de junio de 2010

"Nocilla Dream", Agustín Fernández Mallo (2006)


Nocilla Dream es la segunda novela de Agustín Fernández Mallo y, sin duda, la más conocida y la encargada de darlo más a conocer. Editada en Candaya, esta novela o este proyecto narrativo, si tenemos en cuenta las dos novelas que la siguen, ha irrumpido de manera clara en el mundo literario, logrando conseguir tanto detractores como amantes. Sin duda, podemos decir que Fernández Mallo ha conseguido lo que se supone que pretendía: no dejar a nadie indiferente al terminar de leer la última página de Nocilla Dream.

Este gallego nacido en 1967 es físico, algo que él mismo hace evidente durante toda la obra, en la que podemos leer un capítulo dedicado simplemente a las constantes físicas como pueden ser la masa o el radio del Sol. Asimismo, se confiesa un gran admirador de Borges y de la música de Radiohead, ambos muy presentes en la obra.

Lo que más interesa al lector y llama su atención es la forma fragmentaria y la carencia de hilo argumental, algo que ya exploraron algunos autores como Ramón Gómez de la Serna en El doctor inverosímil. De manera que, como si Agustín Fernández Mallo quisiera hacer uso y explotar hasta el extremo ese extrañamiento del que tanto nos hablaron los formalistas rusos, no podemos hallar en la novela ningún personaje clave, nada que relacione unas historias con otras, ningún protagonista, puesto que no hay en todo el libro una historia, simplemente son leves "paisajes" literarios, fotografías, escenas que nos quiere mostrar el autor, eso sí, intercaladas con recortes de la prensa y algunos datos que jamás consideraríamos literatura. Hay muchas ocasiones en las que nos da la sensación de que estuviéramos leyendo un blog y bien podríamos compararlo con esta nueva técnica de hacer literatura. Sin duda, el autor desea llamar la atención y lo consigue, pero lo que hace que sigamos leyendo Nocilla Dream con una sonrisa es el frescor de sus "viñetas" o microhistorias, donde no hay ningún personaje redondo, porque, como ya hizo José Ortega y Gasset en La deshumanización del arte, el autor reniega del argumento. Nos encontramos ante una manera de escribir que parece honesta o que, al menos, si no lo es, consigue hacérnoslo creer, no nos presenta un planteamiento aprehendido y vomitado en unas cuantas páginas para intentar escandalizar, sino que se adiverte una interiorización.




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